CUMBRE
El hartazgo del confinamiento me ha llevado a idear alternativas para sobrevivir el verano lluvioso y bochornoso que sienten mis senos. Con la frecuente decidía de usar sostén y mi vicio desaforado de explorar mi placer, decidí emprender un viaje personal.
Hace ya unos años que volví a cerrar los ojos y conectarme con el cosmos. Antes de partir empaque lo mínimo, me di una ducha fresca y embalsame mi cuerpo en crema de lavanda que con solo olerla equilibra mis sentidos. Empaque mis hierbas aromáticas, dos velas, una taza de peltre blanca, pan, queso, canela, ungüentos, lubricante y mi amado café colombiano. Antes de partir, verifique la bicicleta blanca que hacia años no montaba, recorrí sus bordes admirándola e inspeccione las cadenas que esta vez no me apresaban solamente me ayudarían a rodar lejos, tan alto como me encanta. Una vez en la entrada de mi casa, me puse los auriculares perfectamente sincronizados con mi móvil, puse play a la música, cerré los ojos y de inmediato mire la inmensidad de la eternidad. Empecé a visualizar una elipse perfecta color plata, que se desintegro ante mis ojos para formar más de 8 elipses que al girar se volvían partículas volátiles sin parar.
Es en ese momento cuando decidí enviar este mensaje -- !Ven, todo estará bien!-
La verdad es que no había un alguien, ni un donde. Simplemente lo solté al universo.
Sali del vecindario sonriendo bajo el cubrebocas negro que suelo portar, accesorio pandémico que limita el efecto de mis labios carnosos y suaves que rebozan de palabras y humedad. Nadie podría mirar la perfecta curva de mi boca que guardaba en ella secretos que ni yo sabía. A menos de 2 kilómetros me percate que mis ojos también sonríen y eso es imposible de ocultar. Lo hacen cuando sienten que la naturaleza muestra su esplendor, mucho más cuando en la maleza me adentro. Pronto fuimos solo el campo y yo, la tranquilidad de su silencio, el aroma del vacío, la certeza de eternidad, esa en la que, los árboles han vivido sin predecir futuros o reclamar pasados. Los aromas embriagantes del bosque semihúmedo me forzaron a quitarme esa máscara, detener la bicicleta y dar un sorbo enorme de espesura del bosque. Voltee hacia el cielo para mirar la altura del arbolado y pude sentir la pequeña brisa de la mañana sobre mi rostro; pero no por mucho porque mis ojos no soportaron el brillo cálido del sol.
Así que decidí detener mi vehículo, bajarme de él y tras quitarme los tenis de colores que uso ahora, descalzarme para sentir la mixtura de hojas secas y musgo frío bajo mis pies. Me recosté sin importarme el color coral de mi vestido, de textura ligera, rematado en los bajos con encajes color marfil de delicada fabricación al estilo español que contrastaba con mis bragas color azul turquesa, solo comparable con el reflejo del río en su caudal.
Desprendí de mis oídos los aparatos, para escuchar a las ramas tropezar con el viento fuerte y delicioso, para gozar el trinar de las aves. El agua parece cantar y a la vez me recuerda que tengo en mi una fuente insaciable de humedad. El verde neón de las hojas convirtiéndose en café se refleja y comparte cromia con el marrón de mis ojos.
Mismos que cerré, calme mi respiración, hilaba sincronías entre sonidos, y dormí plácidamente hasta la tarde. Cuándo desperté, estaba anocheciendo así que apure mi andar hasta la cima. La noche me atrapaba con su elegancia, era tan sensual, seduciendo con su media luna y sus luciérnagas brillantes que presumían su fosforescencia ante mí. Pensé que de alguna forma los humanos desprendemos luminiscencia de esa que permanece, que se emite poco a poco durante minutos u horas sin importar que la fuente de radiación excitadora inicial haya sido apagada.
Al final sola en la enormidad de la cima, monte mi casa de campaña, encendí una pequeña fogata con las ramas secas que pude recuperar en el camino, gracias a mi mala costumbre de planificar todo. Puse la taza blanca con agua a hervir y deposite café con la idea de crear mi amada borra que explica seguido como sé muchas cosas y no puedo explicar como las conocí.
Me quite el vestido y sentí en mis pezones la frialdad del viento, el soplar sobre mi piel y me dispuse a ponerme la sudadera gris que me dejo en casa algún amigo o conocido pero que es perfecta para cubrir mi cuerpo curvo y pequeño, me puse un par de calentadores color menta, mis tenis y un mini short de encajes rosados. El café inundo el lugar con su característico fermentado sabor a tierra, ácido, amargo, potente, justo como sentía mi lívido, agregué dos gotas de CBD a la infusión, encendí un cigarro herbal de Damiana y frambuesa roja lo empuñe cuál pipa. Llene mi boca de humo y luego lo expulse con suavidad hacia fuera. Unas cuatro o cinco veces seguidas hasta que comencé a producir un humo blanco y denso.
Justo ahí entre neblina y nubes, escuche una camioneta llegar pero no me moví, hace ya un rato que me defino como imperturbable. Cuando escucho los pasos de alguien sonar y tronar hojas secas a mis espaldas, subo la gorra de la sudadera para que cubra mi cabello negro y lacio. No quería iniciar conversación con nadie, era mi cita personal. Sorbí de la taza de peltre que levantaba una estela de vapor olor a canela y café, que más bien parecía aclamar al aire frío de la madrugada. A los segundos sentí el CBD hacer efecto, sentí a mis pupilas dilatarse, mi mente dejo de preguntarse quien o quienes se acercarían, estaba en blanco, de ese que plantea la ausencia de peligro.
Y antes que levantarme, escuche con atención mi frecuencia cardiaca y todo estaba calmo. Yo en mi comunión emotiva, pase las yemas de mis dedos por el borde de la taza, la empuñe con ambas manos no sin antes soltar el cigarro al fuego. Algo en mi memoria se despertó, un aroma que no recordaba, una vibra que conocía, algo como un alma que se parecía a la mía. Confieso que no sé que me atraía, me llamaba, me detenía la huida. Hasta ahí me llene de dudas, comencé a pensar en que estaba semidesnuda, en que ya no estaba sola, en mil y un prejuicios hacia mis rituales. De pronto recordé que había untado mi entrepierna con ese bálsamo tan conocido, comenzaba a sentir pulsaciones en mis músculos circunvaginales cuando escuche su voz, y tuve que girar mi cara y preguntarle.. ¿eres tú?
Entrecerré los ojos, coloque la taza sobre un leño, me levante lentamente y la pena había desaparecido, me sentía en confianza, en igualdad de condiciones, baje la capucha de la sudadera para dejar ver mi cara y cabello, que en ese instante se vinculo al movimiento del aire. Lo retire de mi rostro y exhale tranquilidad. Mis pezones estaban rebeldes y otras partes de mi volvieron a primavera. Lo demás sobre como llegue a la cumbre dejaré que el lo cuente...
Comentarios
Publicar un comentario